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miércoles, 24 de marzo de 2010

Mis zapatos de Charol …y la bicicleta que nunca tuve .

…Y dice una mariposa,

Que vio desde su rosal,

Guardados en un cristal,

Los zapaticos de rosa.


Así , con esta última estrofa del poema Los Zapaticos de Rosa terminamos nuestro sencillo , pero colorido montaje de la conocida obra del APÓSTOL José Martí, la que tantas veces habíamos ensayado antes finalizar el curso de 1er grado para por fin actuarla en vivo y ante todo el resto de la escuela y de nuestros entonces babeados padres .
Los Zapaticos de Rosa, ese poema dramatizado en las escuelas de toda la Isla y que millones de niños han representado, encarnando sus diversos personajes y que ha obligado a los padres a coser vestuarios para Pilar, Alberto el Militar, Magdalena, construir elementos de utilería, escenografías.
Esos Zapaticos de Rosa de Martí, que han iniciado a muchos niños en el amor al teatro.

La obra fue exhibida en el teatro de la Secundaria Básica Antonio Maceo, situada en el viejo parque de la calle Infanta en el Cerro, la misma escuela que solía mal estudiar mi hermano, dolores de cabeza aparte y en la que mi querido tío Omar, a su vez, se empeñaba cada día en impartir aburridas clases de historia a un locutorio de adolescentes cada día más reducido.

Representé a la Magdalena mala que “destripaba” a sus muñecas para luego taparlas con arena. Iba yo vestida con un trajecito alquilado de la Casa de los disfraces de la calle Galiano, todo de encaje blanco ajustado a la cintura, saya vaporosa y corta, lo que motivó mi frustración al ver al resto de las niñas que encarnaban otros personajes con trajes largos y peinados de época.

¡Qué suerte para ellas!, pensaba yo, mientras ni disfrazada me libraba de los dos lazos anchos que adornaban mis ya clásicas motonetas*.

 Terminaban mi atuendo unas medias de malla color carne, y a falta de los zapatos de charol negro de mis sueños …acompañaban mi andar unos discretos zapatos de dos correítas.

_Mira que comparar estos zapatos de piel tan finos con unos sintéticos de charol que se cuartean tan solo de mirarlos.

Así decía mi madre entretanto para servirme de consuelo, pero aun si fuera eso cierto, ¿a qué niña de siete años le importa la procedencia y la composición de sus zapatos? si al final no van a brillar.

A esa edad andaba apasionada con Octavio, un niño de melena dorada que se sentaba delante de mí, aunque no tardé en descubrir que sus ojos de esmeraldas miraban hacia otro punto…a Margarita, otra niña de 1er grado. Lástima que ese amor le fuera a durar poco, se corría el rumor que ella dejaría pronto la escuela y se iría con sus padres para el “Norte”.

Ya para esa fecha habían comenzado a fluir mis primeros sentimientos pecaminosos, una envidia más rara que sana por todo el que partía para ese enigmático lugar llamado Norte.

_ ¿En el Norte hay nieve Mima? … y casas con chimeneas?

 Ahh, y que obsesión la mía con las chimeneas, desde el cuento que los niños los traían las cigüeñas desde París, por entonces me pasaba los días buscando posibles vestigios de torres de ladrillos rojos en las raídos tejados  de mi barrio de Centro Habana.

Con el tiempo y a falta de una explicación lógica, pasó a ser un problema más de los que aprendí luego como NTS (no tiene solución). Claro que, a falta de chimenea donde colocar los calcetines de invierno, lo más lógico que se me ocurrió fue imaginar a las cigüeñas dejando los chiquillos en los balcones de la vecindad.
Y para los que no tuvieran casas con balcones ¿para qué se usaban las azoteas además de para tender sábanas y empinar papalotes?

 Fue para ese Norte que se fueron dos de mis primos y tíos. Los despedimos desde casa de mis abuelos maternos para nunca más verlos. Pronto comenzarían a llegar cartas con postales que mostraban perfectas casas de ensueños, rodeadas de árboles de navidad, chimeneas …y por supuesto, mucha, pero mucha nieve.

 Recuerdo que una de mis grandes frustraciones fue cuando me informaron no esperar jamás las cuatro estaciones del año en mi país , ya que como nos intentaba explicar el maestro de Geografía, no sin antes pasear sus polainas de vaquero errante por toda la clase ,... Cuba con un clima subtropical y Sol intenso 300 días del año, solo contaba con dos estaciones …la Estación de Seca y la de lluvia .

Podrían imaginar mi decepción , creo que hasta odio le cogí al pobre hombre , mira que decirme en mi cara que nunca nevaría en la Habana . Y yo, que soñaba andar de bufandas, con largos botines y gorros de lana para deslizarme en carritos por la nieve.

Claro, más tarde me tuve que conformar con una carriola de madera, montada sobre las cajas de bolas de unos patines de hierro que una vez fueron de mi hermano, la que además de servir para transportar los víveres de la bodega a mi casa una o dos veces al mes, también me ayudaba a deslizar por las colinas sombreadas de cocoteros de mi otrora Habana del Este.

Aun hoy no me explico cómo resulté siendo femenina. Heredé de mi hermano mayor todos sus juguetes, pasando por un caballo de yeso en el que me balanceaba vestida con un saco de yute, unas viejas zapatillas de cuero y en el pelo enganchada una pluma de gallina. Fue así hasta que terminó desorejado, sin color en la nariz y mocha la cola. Heredé también sus camisas de dibujitos y maquinitas aun coloreadas, con las que creía verme sexy.

Me gustaba brincar como los chivos y correr detrás de los pollos en casa de mi tía Oda en Pinar del Rio.
Competía con los varones a columpiarme más alto y con mi hermano a subir la loma** de atrás del mercado de Carlos III, daba vueltas en el tiovivo*** del parque hasta vomitar. Tenía una cierta predicción por la cal, comía tizas a borbotones y pedazos de pared y me empinaba cuanto tarro de talco me encontraba.
Pero mi mayor desafío, era deslizarme en patines de ruedas de acero a escondidas de mi madre para que no sufriera con la idea de ver a su hija perder los dientes.

Jugábamos al pon y a los yaquis en el parque de los bajos, donde nos dábamos cita casi diariamente después de la comida nocturna, allí me encargaba de pulir la suela de mis únicos tenis por entonces.

 En el mismo parque hacia gimnasia casi todo el día, parada de manos en los troncos de los árboles. Allí aprendí a hacer la Campana**** y el peligroso Wallcover, esta murumaca me hizo perder la voz unos minutos tras un espaldazo contra el suelo que me dejó la boca con un sabor a hierro y césped.
En sus bancos conversábamos todos los muchachos , me sentaba a horcajadas y también  en uno de ellos también recibí mi primer temido y corto beso , tenía once años , igual que Vladimir ,fue un amor a primera vista que comenzó en el patio de la merienda de 5º grado,  dos meses después intentamos repetirlo en un elevador***** del edificio 40 , entre piso y piso , pero resultó más desastroso que el primero, e igual en sentimientos de culpabilidad.

Aún siento el pisotón de aquellas sucias botas rusas que con el nerviosismo terminaron encima de mis rosadas cocalecas plásticas recién estrenadas.

Ese amor puro, rayando el platonismo me acompañó casi hasta mis dieciséis años, pero el exceso de hormonas y la búsqueda incesante de un futuro más atractivo nos deparó caminos diferentes que no terminaron para ninguno precisamente en Roma …aunque picamos cerca.

Desde temprana pubertad solía bañarme en la costa bien salada y profunda , me zambullía en las profundidades con los mataperros del barrio y era buena en carreras de  cien metros , las que practicaba con mis cuatro amigas de entonces , Ángela, una fina negrita con rasgos de tigre y piernas de gacela que lucían más esbeltas cuando llegaba a la noche y se subía en los tacones finos de su madre; Miriam la mulata pícara y dicharachera del edificio 65 , Caridad , que no sabíamos exactamente si era azul de tan negra , pero así de alma clara y noble  era ella y toda su parentela que por cierto , no eran pocos. Y por último , Mercedes González Menéndez , mi amiga leal y bondadosa , transmitía ternura y serenidad .
Todavía recuerdo su voz dulce, su cuerpo de huesos largos y ojos de aceitunas.

Hoy me pregunto cómo no pude reconocer en esa niña de trece años a mi amiga para siempre, mis ansias por becarme y sentirme independiente nos alejaron, sino definitivamente, al menos lo suficiente como para saber de ella seis años más tarde, mientras donaba mis primeras vacaciones de estudiante de la Universidad a la recogida de papas en Guiñes******. Llegaba diariamente sudorosa y sedienta desde aquel surco interminable , en las manos unas Katiuskas negras embadurnadas de barro.
Entonces me enteré que un año antes una leucemia fulminante se la había llevado de este mundo, antes de eso solo nos habíamos encontrado por casualidad en alguna parada de ómnibus , pero su postal del día de las madres nunca dejó de llegar puntual a mi casa año tras año, salvo aquel 1981 , en que notamos la ausencia de la ya familiar letra entre las demás tarjetas recibidas .

 Cuando supe la noticia no me sentí con fuerzas suficientes para contarle a mi madre, que también enfermó y murió temprano dos años más tarde, sin el menor indicio del desenlace de aquella niña mujer que quería tanto.

Hoy no preciso cerrar los ojos para ver sus facciones casi perfectas con su pelo castaño roble frente a mí , tampoco necesito afinar mis oídos para escuchar el timbre inconfundible de su risa.
Desde muy joven llevo en la piel y en el alma hondas cicatrices que fricciono día a día con los cálidos recuerdos de mis muertos más queridos y con este insatisfecho deseo de aprender a montar la bicicleta plateada que no recibí de los reyes mientras me calzaban  unos zapatos de charol, esos que nunca tuve.

 Glosario :

*Coletas o Moños simétricos

**Cuesta

***Carrousel pero autopropulsado

****Movimientos de gimnasia

*****Ascensor

******Localidad al Sur de La Habana que destaca por su tierra roja y fértil.

 

 

 

 

 

 

 

 



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