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miércoles, 16 de junio de 2010

Dali entre nosotros , puertas cerradas , y como colofón , perdió La Roja.


 Me había  saboreado con la idea de darte una  sorpresa en este otro 17 de nuestros días.Si, quizás  hubiese sido ese  bonito cuadro con sencillas y  urbanas fotos, que por ilusa, me atreví a  reservar.
Solo al verlo , resultaría sencillo y raso para ojos andarines ,tan acostumbrados a lo extravagante y excéntrico, suntuoso para los más moderados y  demasiado frívolo y mundano  a vistas de aquellos que  abogan  por obras de su propio patio y cosecha . Pero que ante  escuetos e ignaros sentidos como los míos , solo  incorpora algo más . Es una sensación  transparente y disimulada, entra por mis venas y  se hace profunda e imperiosa a medida que lo pienso colgado, lo interpreto como  mi rebelión ante el continuado  verde del cielo , el sobrado castaño de la fina hierba y tanto añil de las montañas. Combinación que por continuada resulta  asfixiante para alguien clínicamente dependiente  y  mal conectado al distinguido y viejo  gris , a los  olores ásperos y  consagrados como ya lo es también el tizne salobre índigo de mi nostálgica , derruida  y entrañable Habana.
 
Sin embargo, el asombro resultó todo mío, al sorprenderme ahora tú con esa magnifica pintura. Por vez primera soy adaptable a musa y me tomas como  inspiración, me asomas a  la historia con los mismos espejuelos que motivaron  a Dali hace 85 años.
Me siento diminuta, corriente y ordinaria con  mi gusto ramplón y simple, de ver agarrotado en tu pared mis anhelos o mis controvertibles nostalgias.
¿Qué quieres que te diga?
Enmudezco, vacilo, me amordazo.
¿Qué quieres que te diga?
Que no lo esperaba, que parece  demasiado…y ahora, ¿que le compro? ¿Fue sombreado con la  tinta o fue entonado con su sangre?
¿Y ahora, que le compro?
Entonces, pienso en mi cuadro ambiguo y saltón, ya reservado, que habla un poco de mi, de mis sueños, mis frustraciones y ¿por qué no? de mi intolerancia continua a tanta natura viva, la misma que me afanaba en descubrir en mi Habana

miércoles, 9 de junio de 2010

En busca del Solanum perdido o la última Saccharum plantada.


En busca de la papa perdida

Por estos días, recibí un correo de una vieja amiga, donde me cuenta, entre otros detalles, que están siendo movilizados en su centro laboral dos veces por semana, para realizar labores de cultivo de caña de azúcar.

El problema, es que no hay personal que quiera sembrar caña, me dice, a lo que agrega: tenemos por delante quince campos para cultivar y solo vamos por el primero, lo peor, es que llevamos solo dos jornadas trabajando el terreno y me es suficiente para estar exhausta.

La noticia no me resulta para nada distante y ajena, como no lo seria para cualquier cubano viviente de los últimos sesenta años de nuestra historia.

Muchos nacimos ya involucrados en los nombrados “trabajos voluntarios”, para hoy, un utópico adjetivo, remembranza del paso por nuestras tierras más para mal que para bien del “Che” Guevara.

Movilizaciones que marcaron leyendas, como la del célebre Cordón de la Habana, reconocido como una de las tantas locuras del “Emperador” * en la década del sesenta.

 La periferia de la Capital quedaría bordada para entonces de alineadas y firmes posturas de café. Largas intervenciones del máximo líder, el que sin conocimiento de agricultura aseguraba que no solo seriamos una potencia mundial azucarera, sino también potencia cafetalera.

El arbusto estimulante no creció, tampoco pudo resistir a la tierra yerma ni al intrépido Sol, que, como astro libre, calentaba cuando y cuanto pretendía, contrario a los errados cálculos de altos funcionarios incapaces de emitir una idea contraria.

Desde entonces, tantos y tantos brazos sudados han enarbolado un machete a lo largo de las gloriosas zafras azucareras de los pasados años, tantas y tantas limas han sido devoradas por las hambrientas alfanjes en todo este período. Cientos de macheteros, millonarios de arrobas, atléticos y descalzos, frente a decenas de dirigentes rollizos e ineptos con finas carpetas; parásitos de cuellos blancos.

Nuestros campos se inundaron de escuelas, donde se combinaba el estudio con el trabajo en la roja tierra.

Desde niños comenzamos a lidiar con cultivos tan duros como el tabaco Aprendimos a fuerza de madrugadas a preparar sus terrenos , luego esparcimos sus cogollos , los curamos y protegimos de malas hierbas , entre parihuelas** y gusanos de seda recibimos el tiempo del deshoje y el deshijo , ejercimos de juez en la selección de los mejores retoños y como finas arañas , los concluimos , bien cosidos y atados en los cujes*** de las ambientadas vegas , donde dejarían atrás su verde esperanza para pasar a un color más terrenal ; el mismo que quedaría impregnado para siempre en nuestras burdas camisas de trabajo , salpicadas  más tarde con las acaloradas firmas de nuestros compañeros de fin de curso.

Luego llegarían veranos de Universidades en los fangosos terrenos de Güira de Melena y Batabanó, laborando la insípida berenjena y el dulce boniato.

Incontables sábados y domingos de nuestra vida laboral han estado dedicados a la recogida del tomate, de coles y lechuga.

Pero ninguno me proporcionó tanto fruto como aquel llamado del siete de diciembre del noventa.

Acudí orgullosa a la distinguida cita con mi maleta rústica, lista para incorporarme un mes a la recogida de papas en el pueblo de Guines, resultó un acto emotivo, el local resplandecía de una juventud henchida con la ilusión de convertir nuestro brío, en aporte decisivo de un nuevo futuro, como ardua tarea de alimentar un país.

A riesgo del implacable frío madrugador y el enorme esfuerzo desplegado, nuestro ejemplo no trascendió por mucho tiempo. 

Las cosechas se fueron a la mierda o a cualquier otro lugar menos a la cesta de la compra.

Sin embargo, su valioso legado me llegó tres años más tarde, al contener entre mis brazos a mi ansiado hijo, como regalo legítimo y de verdadera creación, esa que no proviene de marejadas de un día, ni de aplausos de una noche, pero aún hoy, me rememora las intensas jornadas frente a un profundo y extenso surco, aquel, que por mucho que te empeñes o te afanes, no alcanzas nunca acariciar el horizonte.

 

Glosario:

*alegórico al presidente

** especie de paleta para acarrear hojas de tabaco

***palo de madera usado para secar el tabaco previamente cosido.