Isabel Allende.
-Le pondremos por nombre
Hayat, significa “Vida”. - decidió su padre cuando nació su novena
hija.
Llegaba al mundo atravesada en el
vientre, en una única habitación de la mejor casa de piedra de su vecindad,
bajo los gritos y alaridos de una joven mujer, que contorsionaba entre fuertes
retortijones que cuatro diestras comadronas no lograban apaciguar.
Trece largas horas de grasientos
ungüentos, calientes toallas, de ir y venir, de cuantiosas plegarias. No
quedaban ya emplastos de hierbas y alheña para sofocar las fluentes
hemorragias. Entonces y muy lentamente emergió un pie, luego otro, ocasión
aprovechada por la experimentada Bashira para lograr desprender el cuerpecillo,
que cual incrustada hiedra se aferraba a las entrañas de su ya débil madre,
cuyo frágil corazón quedaría para siempre lastimado.
Para Bushra, que apenas contaba
veinticinco años, Hayat era el resultado de un concertado matrimonio que había
comenzado catorce años antes y ya contaba en su haber cinco varones
y tres hembras.
-Me casé con tu padre cuando
cumplí once años, hija mía. Él tenía dieciocho, pero me supo
esperar hasta que me bajó la “regla” …tuve mucha suerte, porque me
“respetó” hasta entonces.
Sí que fue esa una bendición
comparada con el destino de otras niñas, que eran deshojadas por ardientes
esposos sin haber aún brotado a la pubertad.
No le gustaban las hembras a su
padre Abdul, pero esta niña que iba creciendo con risos enmarañados y rebeldes,
cabeza soñadora y mirada penetrante, le infundía un sentimiento especial y al
mismo tiempo contradictorio por el que era capaz lo mismo de repudiarse,
como correr ante el mínimo daño que la acechara.
-Tus tres hermanas están
honorablemente casadas y tus torpes hermanos abandonaron los libros.
– les dijo a los catorce años...luego agregó,
-No tengo lujos que ofrecerte,
pero te pagaré estudios y con eso te podrás valer si algún día lo necesitas.
Fue así que estudió francés y
asistió a clases de secretariado.
Tampoco escapó del
matrimonio, el Sadaq que la familia de Jamil ofreció a sus padres por esa unión
le aportaron parte del fino ajuar y algunas joyas necesarias para el día de la
boda.
Asistió a la celebración
con diecinueve años y para honor suyo y de su familia, era virgen e inmaculada.
Sentía terror solo de pensar lo que fuera de ella de haberle ocurrido lo
mismo que a su amiga Ximena, la que haciendo gala de su nombre se entregó
a destiempo a un irresistible pasajero valenciano. Luego, para poder casarla,
la familia gastó en secreto una auténtica fortuna para enmendar el himen
perdido de la atolondrada muchacha.
-! No vale como mujer, es
estéril, ¡fría como piedra y tiene mal carácter!
Así fue devuelta Hayat a su
casa materna tras cinco años de infelicidad. Su padre, avergonzado por una
parte y aliviado por otro, consintió el divorcio de su hija menor, no sin
antes preguntarle.
-Hija mía, si quieres lo
obligo a permanecer casado, pero solo si quieres.
Ella estaba feliz, y esta parte
de la historia me es fácil imaginarla, porque, aunque no lo presencié, segura estoy
que no fue necesaria otra respuesta.
Siguieron años de prosperidad y
trabajaba como eficiente secretaria. En su casa descubría día a día asombrosos
parecidos a su progenitor, quien cada vez se acostumbraba más a vivir con su
hija.
Por años había cuestionado su
rara predilección por llevarse a la boca esas mezclas impropias de carne y
comida. Sabía que era un insulto devorarlas juntas. Entonces se fijó en su
padre, quien también saltaba ese patrón.
-Pero si es que te pareces a mí.
– le dijo en tosca complicidad
-Sí, será que ahora yo me
parezco a ti y no tú a mí. -respondió sereno.
Mientras, el corazón de Bursha
daba sus últimos bombeos. Su cuerpo, que antes fuera el de una hembra deseada,
se reducía en grosor y tamaño.
-Hará falta un marcapasos de
“oro”- dijeron los médicos, de lo contrario morirá.
Más de un millón y medio de
dírham se necesitarían y Bursha sería intervenida sin dilación alguna.
-No vendas tus tierras-
así aconsejaban los amigos de Abdul.
-Piensa Abdul. Si muere en la operación, perderás todo tu
dinero. De lo contrario, podrás desposar a una mujer más joven.
Entonces Hayat reaccionó como ninguno
de sus ocho hermanos fueron capaces de hacerlo.
-Padre, si te quedas en la
ruina por pagar la cirugía, yo te ayudaré.
Si ella muere durante el proceso,
igual te protegeré. No dejaré que pases hambre como tampoco tú lo permitiste
con nosotros.
Pero si mi madre muere por tu
mezquindad, escucha bien padre, no te lo voy a perdonar y por siempre te retiraré
mi palabra.
Toda esa noche lloró Abdul.
Aún no se habían despertado los presumidos gallos cuando partió rumbo a
la gran ciudad.
Hace doce años Hayat se vino a España. Dos de ellos necesarios para pagar sus
deudas de viaje.
Hace mucho que sus padres
viven tranquilos. Ella les envía mensualmente suficiente remesa para que
no les falte pan ni medicinas.
Si que ha trabajado duro Hayat, cuida
ancianos, enfermos, limpia casas. Ha tenido que aprender y asirse a nuevas costumbres
que trata de ahogar cuando vuelve a su patria y visita a su familia.
-Porque ellos no encuentran
bien que olvide mis antiguos modales en la mesa, pero ahora mismo no recuerdo
que se dice cuando quedamos satisfechos con una buena comida, me dice con
sonrojo.
Si que trabaja duro Hayat, habla idiomas
nuevos, e incluso bajo otro nombre, María.
Sonríe cuando piensa en sus
padres visitando la plaza vieja, comprando un pez grande y vivo, gracias al dinero
que tanto gusto le proporciona enviar.
Pero sonríe también con picardía
de niña traviesa cuando repasa su mente y encuentra entre sus memorias que
tampoco ha olvidado su fino francés, aquel que aprendió durante sus clases de
secretariado.