-Le
pondremos por nombre Hayat, significa “Vida”. - decidió su padre
cuando nació su novena hija.
Llegaba
al mundo atravesada en el vientre, en una única habitación de la mejor casa de piedra
de su vecindad, bajo los gritos y alaridos de una joven mujer, que
contorsionaba entre fuertes retortijones que cuatro diestras comadronas no
lograban apaciguar.
Trece
largas horas de grasientos ungüentos, calientes toallas, de ir y venir, de
cuantiosas plegarias. No quedaban ya emplastos de hierbas y alheña para
sofocar las fluentes hemorragias. Entonces y muy lentamente emergió un pie, luego
otro, ocasión aprovechada por la experimentada Bashira para lograr
desprender el cuerpecillo, que cual incrustada hiedra se aferraba a las
entrañas de su ya débil madre, cuyo frágil corazón quedaría para siempre
lastimado.
Para
Bushra, que apenas contaba veinticinco años, Hayat era el resultado de un
concertado matrimonio que había comenzado catorce años antes y ya
contaba en su haber cinco varones y tres hembras.
-Me
casé con tu padre cuando cumplí once años, hija mía. Él tenía
dieciocho, pero me supo esperar hasta que me bajó la “regla” …tuve
mucha suerte, porque me “respetó” hasta entonces.
Sí
que fue esa una bendición comparada con el destino de otras niñas, que eran deshojadas
por ardientes esposos sin haber aún brotado a la pubertad.
No
le gustaban las hembras a su padre Abdul, pero esta niña que iba creciendo con
risos enmarañados y rebeldes, cabeza soñadora y mirada penetrante, le infundía un
sentimiento especial y al mismo tiempo contradictorio, por el que era capaz tanto de repudiarla a reaccionar ante el mínimo daño que la acechara.
-Tus
tres hermanas están honorablemente casadas y tus torpes hermanos abandonaron
los libros. – les dijo a los catorce años...luego agregó,
-No
tengo lujos que ofrecerte, pero te pagaré estudios y con eso te podrás valer si
algún día lo necesitas.
Fue
así que estudió francés y asistió a clases de secretariado.
Tampoco
escapó del matrimonio, el Sadaq que la familia de Jamil ofreció a sus padres
por esa unión le aportaron parte del fino ajuar y algunas joyas necesarias para
el día de la boda.
Asistió
a la celebración con diecinueve años y para honor suyo y de su
familia, era virgen e inmaculada. Sentía terror solo de pensar lo que
fuera de ella de haberle ocurrido lo mismo que a su amiga Ximena, la que
haciendo gala de su nombre se entregó a destiempo a un irresistible pasajero
valenciano. Luego, para poder casarla, la familia gastó en secreto una auténtica fortuna
para enmendar el himen perdido de la atolondrada muchacha.
-!
No vale como mujer, es estéril, ¡fría como piedra y tiene mal carácter!
Así
fue devuelta Hayat a su casa materna tras cinco años de infelicidad. Su
padre, avergonzado por una parte y aliviado por otro, consintió el
divorcio de su hija menor, no sin antes preguntarle.
-Hija
mía, si quieres lo obligo a permanecer casado, pero solo si quieres.
Ella
estaba feliz, y esta parte de la historia me es fácil imaginarla, porque,
aunque no lo presencié, segura estoy que no fue necesaria otra respuesta.
Siguieron
años de prosperidad y trabajaba como eficiente secretaria. En su casa descubría
día a día asombrosos parecidos a su progenitor, quien cada vez se acostumbraba
más a vivir con su hija.
Por
años había cuestionado su rara predilección por llevarse a la boca esas mezclas
impropias de carne y comida. Sabía que era un insulto devorarlas juntas.
Entonces se fijó en su padre, quien también saltaba ese patrón.
-Pero
si es que te pareces a mí. – le dijo en tosca complicidad
-Sí,
será que ahora yo me parezco a ti y no tú a mí. -respondió sereno.
Mientras,
el corazón de Bursha daba sus últimos bombeos. Su cuerpo, que antes fuera el de
una hembra deseada, se reducía en grosor y tamaño.
-Hará
falta un marcapasos de “oro”- dijeron los médicos, de lo contrario morirá.
Más
de un millón y medio de dírham se necesitarían y Bursha sería intervenida sin
dilación alguna.
-No
vendas tus tierras- así aconsejaban los amigos de Abdul.
-Piensa
Abdul. Si muere en la operación,
perderás todo tu dinero. De lo contrario, podrás desposar a una mujer más
joven.
Entonces
Hayat reaccionó como ninguno de sus ocho hermanos fueron capaces de
hacerlo.
-Padre,
si te quedas en la ruina por pagar la cirugía, yo te ayudaré.
Si
ella muere durante el proceso, igual te protegeré. No dejaré que pases hambre
como tampoco tú lo permitiste con nosotros.
Pero
si mi madre muere por tu mezquindad, escucha bien padre, no te lo voy a
perdonar y por siempre te retiraré mi palabra.
Toda
esa noche lloró Abdul. Aún no se habían despertado los presumidos
gallos cuando partió rumbo a la gran ciudad.
Hace doce años Hayat se vino a España. Dos de ellos necesarios para pagar sus
deudas de viaje.
Hace mucho
que sus padres viven tranquilos. Ella les envía mensualmente suficiente remesa
para que no les falte pan ni medicinas.
Si
que ha trabajado duro Hayat, cuida ancianos, enfermos, limpia casas. Ha tenido
que aprender y asirse a nuevas costumbres que trata de ahogar cuando vuelve a
su patria y visita a su familia.
-Porque
ellos no encuentran bien que olvide mis antiguos modales en la mesa, pero ahora
mismo no recuerdo que se dice cuando quedamos satisfechos con una buena comida,
me dice con sonrojo.
Si
que trabaja duro Hayat, habla idiomas nuevos, e incluso bajo otro nombre, María.
Sonríe
cuando piensa en sus padres visitando la plaza vieja, comprando un pez
grande y vivo, gracias al dinero que tanto gusto le proporciona enviar.
Pero
sonríe también con picardía de niña traviesa cuando repasa su mente y encuentra
entre sus memorias que tampoco ha olvidado su fino francés, aquel que aprendió
durante sus clases de secretariado.
Por Xiomara Escandell Genó
Precioso. Sublime. Me traslado en tiempo y espacio
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