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sábado, 21 de agosto de 2010

Para que no me olvides.



Tendrás una linda niña, y la identificaremos por la cantidad de lazos que llevará en la cabeza.
De esta forma me auguraban mi futuro como madre todos mis compañeros de estudio hace ya pero muchos años,... entonces se equivocaron.
Fui madre, si, pero de un hermoso varón que llegó con un apetito voraz y me inició en la pasión por los juguetes masculinos y en mi afición de regalar batitas.  
Para estos días he conocido a una niña encantadora.  Sus casi nueve años asoman una candidez fascinante, de esas que creías ya perdida en este mundo macro-moderno y convulso; y una ternura capaz de desprenderte sin dolor las gasas que curten tus heridas,  aquellas que pensabas incurables.
Como en los cuentos de mi cándida infancia, la chiquilla es rubia y con ojos muy azules. Pero contrario a los cuentos, no se trata de una princesa, y mucho menos, encantada. Ella es  solo, nuestra Natalia.
Mi nombre nunca había silbado tanto con el viento. El aire lo conduce desde su boca grana, la brisa lo ennoblece con  finos decibelios, hasta que, puro e inmaculado, llega a mi.
-Los demás niños  me dicen “gorda”, pero es que a mi me gusta tanto comer … -y añade-…
¿Sabes que tengo dos novios?  –mientras; me besa las manos y me repite lo mucho que me quiere-
-Hay que cuidarla de la gordura –me dice su abuela-.
Y es que la madre de Nataly, posee de macro, tanto es golosa como obesa. Su padre, al que poco conoce, también tiene de macro, será para siempre un  extraño recluido en su propio barril.
Muy veloz pasa el tiempo. Hoy, todavía limitado por gallos y conejos, vacaciones pintadas de huevos frescos, empanadas caseras y la siempre compañía de una caja multicanal de colores que conduce  a la nena por un espacio macro-soñador, de tacones, esbeltez  y brillos.
  -Yo también te quiero mucho Nataly. –le digo-
 Solo espero que no me olvides cuando seas una de las chicas más guapas que caminan por Madrid.
La Habana...veinte años hace.
Hace un calor agobiante para este mes de Mayo que comienza amenazante. Logro atrapar una ruta 15 en su segunda parada. Tanto tiempo esperándola, que apenas tuve fuerzas para contenerme y no saltar a la desvencijada “Lanchita de Casa Blanca”, a pesar de su tentativa invitación a escurrirme un rato por las calles húmedas y desiertas de su  fantasmal pueblo, el mismo que  anhelamos  descubrir colorido y festivo algún día.
Pero parece que estoy de suerte, así y con todo, logro atrapar un asiento. Esquivo las miradas temerarias y desafiantes que me escrutan de una forma vergonzosa. Ojeadas acostumbradas a captar lo efímero del uso de cada silla conquistada en el ómnibus.
Me disponía a leer mi fresca Bohemia, cuando percibo mi hombro izquierdo  invadido por un empuje familiar para cualquier cubana. No me bastan los golpes de suerte; se trata de una niña.
Delgada, más bien flaca, con un pelo negro suelto y enmarañado,  en 
el que coquetea  una artesanal hebilla rosa. Me mira con ojos dulces y lastimosos.
-¿Quieres que te car…gue?
Antes de  terminar la frase, ya tenía mis muslos ocupados  por esa graciosa pequeña.
 Entonces comenzó entre nosotros un bello proceso que a pesar de los siglos, conservo  vivo dentro de  mí.
Cruzamos Neptuno charlando y  Belascoain  lo  enfilamos entre juegos y cantos.
-Ya es hora de bajarnos.   -le increpó su madre-
-No.    –respondiste llorando agarrada a mi cuello
-Hazle caso a tu mamá. - te animé entre nubarrones- 
-Y tú, ¡no me olvides!    -me sentenciaste-  

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