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miércoles, 10 de agosto de 2011

Las tres Marías y el niño Julián.

Deambulaban cada día por las mismas calles de Santiago, siempre a las dos en punto, arregladas con una ropa y un maquillaje tan colorido como extravagante. Mucha gente en la ciudad recuerda a las inseparables hermanas Coralia y Maruxa, más conocidas como Las Marías, dos emblemáticos personajes de Compostela a los que los turistas y las nuevas generaciones sólo conocen por la estatua que les rinde homenaje en la entrada del parque de la Alameda.

Sin embargo, su triste historia se remonta a los inicios de la guerra civil. Bajo esa fama de demencia que les precede hasta hoy, escondían un drama personal que no todos conocen, el cual tuvo como telón de fondo la Guerra Civil.

Cuentan que los falangistas las maltrataron para averiguar el paradero de sus hermanos. A horas intempestivas de la noche, registraban y desbarataban la vivienda, las desnudaban en la vía pública para humillarlas y las subían al monte Pedroso de Santiago. Fue así que, con poco más 20 años, la vida de Las Marías se convirtió en un mal sueño que se prolongó desde el inicio de la guerra hasta mediados de los años 40. Renunciaron al trabajo de costureras, oficio que venían desempeñando junto a su madre, porque los clientes dejaron de llevarles ropa por recelo a verse involucrados. Vivían prácticamente gracias a la caridad de los vecinos.

Manifestaron su locura mostrándose rebeldes contra la sociedad.

Las Marías nunca pasaron inadvertidas, no sólo por su llamativa vestimenta y sus rostros maquillados con polvos de arroz, sino por su actitud. Ellas piropeaban a los hombres y flirteaban con los estudiantes, algo que no se le ocurría a ninguna otra mujer.

Diferentes por temperamento, Coralia la menor y más alta, tímida y poco habladora, mientras que Maruxa, más pequeña llevaba la voz cantante.

Lo cierto es que quienes no se rebelaban por temor distinguían en esas inofensivas mujeres un grito de libertad y por encima de su pesar, un canto a la vida.

                                                    Julia

Julia vive en Vigo y es un personaje singular, casi pintoresco, de esos que solo imaginaste existir en las pantallas de tu infancia.

Quizás te inmortalice a ese viejo y lánguido profesor de baile: Un dos tres, un. dos tres; que habitaba en viejas academias y palacios inventados. O tal vez te remonte a la severa institutriz que angustiaba a los niños de las familias ricas. Este pasaje nos hacía a menudo reflexionar la ventaja que teníamos de ser pobres…aunque, a decir verdad, muy corto tiempo nos duraba ese pensamiento.

Pero Julia irrumpe con su inmaculada bata de médico bien alisada, (sabido es que nunca estudió carrera). Por siempre compañía, la de sus cansados zapatos de estilete y cuero que honrosamente sostienen la osamenta de su casi metro ochenta. Delgada, pelo rizo, corto y entrecano que defiende un supremo mentón coronado por una nariz de sabio tucán que se abre camino a unos ojos velados por gruesos cristales, ceñidos a recias armaduras de pasta.

Precisa a vista fría, jovial a segundas miradas. Esconde su vergüenza y se escurre timorata tras un cortinón de pedantes chácharas y desbordantes   monsergas. 

De paciencia infinita con los enfermos, a quienes recorre con manos inmensas y arteriales al tiempo que, con risible garbo contonea su cuerpo al compás de “La danza del fuego”.

- ¡Abran los ojos y vean que maravilloso día de niebla tenemos hoy!  – les comenta en tanto realiza apuntes cotidianos e insulsos en su gran bitácora.

 Pero no te extrañe además si la encuentras peinando cual diestra peluquera o zurcir como el más delicado sastrecillo. Para luego y ante nuestro asombro, desmontar una puerta o una ventana con mayor agilidad que el propio Hércules.

Susurran de que vive con su madre y llegó en un vendaval marino.

Otros cuentan de una tía solterona a la que en   las frías tardes protege, cobija y cuida con desvelo.

Dicen que permanece virgen, murmuran que no ha conocido amor.

A mí me antoja pensar que disimula otra pena que distingo como un dolor furtivo, se me ocurre como una fiera encrespada.

Adivino que se esconde en un viejo armario donde quedaron atrapados para siempre unos aburridos   pantalones. Hasta me atrevería asegurar que se tratan de los mismos calzones que antaño pertenecieron a un tímido chiquillo de nombre Julián.






7 comentarios:

  1. el retrato literario de tus personajes son de una belleza exquisita

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  2. Una historia muy linda. cada personaje que encontramos por el mundo nos da un poquito de ellos para salvarnos un poquito de nosotros mismos. Asi, al menos, yo lo veo.
    Buen fin de semana!

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  3. Me gusta leer de esos personajes que conforman la diferencia de nuestros pedazos de vida. Recuerdo el Caballero de París y David, el loco que siempre andaba en las paradas de guagua, limpísimo, tallándose la nariz, calvo desde que tengo memoria. Hijo único, nació perfecto y hermoso, pero una de esas enfermedades casi inocentes de la niñez, le trajo malas consecuencias. Era un hijo muy respetuoso al decir de la viejita, cuidaba su ropa hasta el delirio y siguió siendo un bebé eterno. Ella sólo tenía una preocupación: ¿qué sería de él sin ella? Ha desaparecido de mi municipio, se sabe que ella murió, de quienes conozco nadie sabe de él.

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  4. Uma bonita história...Passei pra conhecer seu blog, e gostei muito e já estou te seguindo... Convido pra conhecer meu blog e me seguir se gostares. Um abraço!
    Smareis

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