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martes, 14 de septiembre de 2010

Personajes legendarios y otros cuentos de “maR y Humo”. II parte


Recuerdo que tuvimos un año de gracia cuando la familia de Doña Fina permutó para Centro Habana, fue a raíz de un suceso más apestoso que vergonzoso.

 Resultó que uno de los “selectos enamorados” de “Garganta Profunda” se sintió sustituido por otro con mejor expediente delictivo.  Pues les cuento que el hombre se apareció a los pies del inmueble con una carretilla repleta de excremento y comenzó a repellar las paredes del edificio con tan “fina” mezcla, imperdonable aún más si dijera que estamos hablando del intenso verano del noventa y tres, que llegó ardiendo entre prolongados apagones de ocho horas y sequías de cisternas y pipas de agua. 

Después de cada apagón los vecinos (no todos) teníamos que abonar dinero de nuestro bolsillo para contratar una pipa de agua porque coincidía la hora de entrada de agua con la que no había corriente. Un embrollo que ahora lo pienso y me pregunto si de veras nos pasó.

Y a todas estas algunas vecinas criaban pollos y hasta puercos en los tejados colectivos…y separados por parcelas. Así que solo agregar a esto el cucarachero y moscas en el ambiente. En pleno calor sofocante vivíamos a ventanas cerradas. 

Lo cierto es que con la vergüenza la familia Puñales decidió mudarse de barrio, dejando detrás una fetidez que demoró meses en disiparse.

¿Tranquilos? Yo no lo estaría tanto. Al año retornaron como por milagro la permuta y volvieron a casita sin acordarse del pasado.

 Ya para entonces se había inaugurado oficialmente en la Cuadra “El Bar Esperanza”, se le llamaba así a la casa de un antiguo técnico de televisión, devenido en especializado alcohólico y “cabeza de familia” de todos los ebrios errantes.

 -Si usted tiene algún problema con alguien por aquí, sabrá ese que se la tiene que ver con el Padrino, y el Padrino aquí soy yo.

 Así me reiteraba cada tarde mientras sudorosa trataba a duras penas de parquear mi Lada asignado por la Empresa, todo un espectáculo que podía durar toda la tarde hasta que llegaba algún experto y me sacaba del timón.

 Estos caballeros eran los más felices del planeta, siempre cantando, cantando las mismas canciones porque eso sí, evolucionar como evolucionar pues no era lo suyo, pero hay que reconocer que a excepción de “Veneno”, no recuerdo que le hayan faltado el respeto a alguien del entorno, pero no se confíen mucho de mi memoria, que resulta a veces muy mala.

Fieles celadores de “mi pedazo de acera”, respetuosos con mi viejo y ceremoniosos con mi hijo, así los evoco.

Amanecían tomando ron “Chispa de tren “y terminaban el día con alcohol no precisamente muy etílico. Cantaban como sapos cuando llovía y cuando no también, para ellos la música se había acabado con Roberto Carlos y el baile del momento era La Macarena.

 ¿Y qué decir de “Raulito el loco”?

 Primero que de Raulito tendría poco, porque contaba más de seis pies de altura.

Segundo que de loco no tenía mucho, porque era culto y de buena cuna. Iba a mi casa seguido para hablar por teléfono con su primo en Cárdenas que trabajaba en el turismo. Siempre respetuoso, me contaba que estaba estudiando medicina cuando su vida dio un vuelco en la carretera y con ello su novia, hermano y sus neuronas.

 Tercero, que, aunque vivía con una veintena de gatos y apestaba, yo siempre tuve la certeza de que era cierta la historia de su casa de fuertes pilares en Varadero, la misma que les contaba a todos y nadie creía. Por eso fui pionera en alquilársela junto a mis primas.

 -Debes estar más loca que él.

 Me decían todos cuando le tomé las llaves y cerramos su primer negocio.

Años después el hombre murió en extrañas circunstancias que no me gustaría indagar por miedo a darme algunos tropezones.

 Tenía una bella mansión en el centro de Arenas Blancas, justo al lado de Cuatro Palmas y de la cual no quería deshacerse por haber sido un legado de sus amados padres.

 Y hablando de gatos, en el edificio hubo perros de leyenda como Canelo, el inseparable perro de Julio el Cocinero o el apegado Mocho, que dormía en la escalera y conocía a todos los vecinos.

En las mañanas Mocho nos acompañaba a mi hijo Darío y a mí hasta el Círculo Infantil, luego retornaba solo a buscar a su “Lazarillo”, Angelito, mi eterno vecino de los bajos.

Mocho murió envenenado por alguno que no soportó su olor insoportable y su tufo de perro viejo, Angelito prometió entonces matar al asesino, por suerte, nunca lo cumplió.  

Me gustaría contarles la atractiva historia de otra pintoresca vecina, Sonia y su enorme Buda, pero esa es mucho más larga y la reservaré para otros fines.

 También les hablaría de las hermanas de enfrente, presumidas y repollonas que estrenaban ropa luego de desfilar en su balcón, desde el mismo balcón que años antes se dejó caer la abuela, dejando una imagen dantesca que aún recuerdo.

 O quizás aprendamos algo de Saturnino, famoso porque criaba enormes puercos en la única bañadera de su casa, a saber, dónde se bañaría el hombre, y hablando de baño, la manía de Mirna la Gallega de tener el suelo de su casa reluciente para luego mojarse en el balcón dentro de una palangana justo a las siete de la tarde. O que será de Dunia la Gigante Grosera de las palabrotas sucias, que fue un día por café para no regresar jamás.

 A lo mejor guarde un espacio para Olga y sus feroces gritos cuando le dejaba gotear la ropa desde mi minúsculo patio.

Tal vez hable del " discreto Nany el mecánico" y su tropa de hermanos especiales.

 Porque, decididamente, mi madre era una mujer inteligente y futurista, sabía que de haber vivido en otro lugar mi existencia hubiera sido más tediosa y aburrida y no pudiera contarles a ustedes estas graciosas historietas.

Pero no me crean mucho estos cuentos, porque igual ya voy perdiendo la memoria.

Final




 

 

 

 

 




3 comentarios:

  1. Gracias a tu magistral forma de exponer y enlazar recuerdos que nos remontan a un pasado que no volverá.

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  2. Yo soy de Santos Suarez, nacido, criado y ausente por mas años de los que quisiera acordarme.

    Me dolió no ver al cine Santos Suarez la última vez que estuve por allá, y eso que era un cine de los peores que he ido, con aquellos rígidos asientos de mimbre y sin aire acondicionado.

    Pero alli vi piratas, vikingos y samurais que nunca he vuelto a ver en ninguna otra parte...

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