Tendrás
una linda niña, y la identificaremos por la cantidad de lazos que llevará en la
cabeza.
De esta
forma me auguraban mi futuro como madre todos mis compañeros de estudio hace ya
pero muchos años,... entonces se equivocaron.
Fui
madre, si, pero de un hermoso varón que llegó con un apetito voraz y me inició
en la pasión por los juguetes masculinos y en mi afición de regalar
batitas.
Para
estos días he conocido a una niña encantadora. Sus casi nueve años asoman
una candidez fascinante, de esas que creías ya perdida en este mundo
macro-moderno y convulso; y una ternura capaz de desprenderte sin dolor las
gasas que curten tus heridas, aquellas que pensabas incurables.
Como en
los cuentos de mi cándida infancia, la chiquilla es rubia y con ojos muy
azules. Pero contrario a los cuentos, no se trata de una princesa, y mucho
menos, encantada. Ella es solo, nuestra Natalia.
Mi nombre
nunca había silbado tanto con el viento. El aire lo conduce desde su boca grana,
la brisa lo ennoblece con finos decibelios, hasta que, puro e inmaculado,
llega a mi.
-Los
demás niños me dicen “gorda”, pero es que a mi me gusta tanto comer … -y
añade-…
¿Sabes
que tengo dos novios? –mientras; me besa las manos y me repite lo mucho
que me quiere-
-Hay que
cuidarla de la gordura –me dice su abuela-.
Y es que
la madre de Nataly, posee de macro, tanto es golosa como obesa. Su padre, al
que poco conoce, también tiene de macro, será para siempre un extraño
recluido en su propio barril.
Muy veloz
pasa el tiempo. Hoy, todavía limitado por gallos y conejos, vacaciones pintadas
de huevos frescos, empanadas caseras y la siempre compañía de una caja
multicanal de colores que conduce a la nena por un espacio macro-soñador,
de tacones, esbeltez y brillos.
-Yo también te quiero mucho Nataly. –le digo-
Solo
espero que no me olvides cuando seas una de las chicas más guapas que caminan
por Madrid.
La
Habana...veinte años hace.
Hace un
calor agobiante para este mes de Mayo que comienza amenazante. Logro atrapar
una ruta 15 en su segunda parada. Tanto tiempo esperándola, que apenas tuve
fuerzas para contenerme y no saltar a la desvencijada “Lanchita de Casa
Blanca”, a pesar de su tentativa invitación a escurrirme un rato por las calles
húmedas y desiertas de su fantasmal pueblo, el mismo que
anhelamos descubrir colorido y festivo algún día.
Pero
parece que estoy de suerte, así y con todo, logro atrapar un asiento. Esquivo
las miradas temerarias y desafiantes que me escrutan de una forma vergonzosa.
Ojeadas acostumbradas a captar lo efímero del uso de cada silla conquistada en
el ómnibus.
Me
disponía a leer mi fresca Bohemia, cuando percibo mi hombro izquierdo
invadido por un empuje familiar para cualquier cubana. No me bastan los golpes
de suerte; se trata de una niña.
Delgada,
más bien flaca, con un pelo negro suelto y enmarañado, en
el que coquetea una artesanal hebilla rosa. Me mira con ojos dulces y lastimosos.
el que coquetea una artesanal hebilla rosa. Me mira con ojos dulces y lastimosos.
-¿Quieres
que te car…gue?
Antes
de terminar la frase, ya tenía mis muslos ocupados por esa graciosa
pequeña.
Entonces
comenzó entre nosotros un bello proceso que a pesar de los siglos,
conservo vivo dentro de mí.
Cruzamos
Neptuno charlando y Belascoain lo enfilamos entre juegos y
cantos.
-Ya es
hora de bajarnos. -le increpó su madre-
-No.
–respondiste llorando agarrada a mi cuello
-Hazle
caso a tu mamá. - te animé entre nubarrones-
-Y tú,
¡no me olvides! -me sentenciaste-
Preciosa alabanza al cándido cariño
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